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sábado, 20 de septiembre de 2014

Cristo crucificado

“En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de mi cuerpo a tu cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mi todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada.
Estar aquí junto a tu imagen muerta
e ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta”.
(Himno litúrgico de vísperas. Autora. Gabriela Mistral)

viernes, 1 de agosto de 2014

¿Y por qué mi cultura no?

Soy Valeria y nací en la ciudad de Huaraz, muchísimo tiempo después de aquel mes de mayo cuando un terremoto destruyó al Huaraz de mis abuelos. He sido poco tolerante con las personas y con la cultura andina; tal vez porque me educaron así y mi forma de pensar era esa…hasta que un día sucedió:
Era la víspera de mi primer día de escuela. Tenía 6 años, y estaba muy emocionada. Había alistado mis cosas para el día siguiente y me preparaba para ir a dormir, mi mamá me ayudó a entrar a mi cama y me susurró al oído:
-Ahora que irás a la escuela, tienes que darte cuenta que hay personas que son… muy diferentes a ti y que juntarte con ellas… tal vez no sea muy beneficioso para ti, ¿Está bien?
Yo le dije que sí y mi mamá me deseó las buenas noches, ya sabía qué se refería, a “la gente del campo” que venía de zonas rurales a estudiar; a mi mamá nunca le gustaron ese tipo de personas, y a mí me enseñó a sentir lo mismo.
Fuente: Mylene D'Auriol
Estaba sentada en el auto de mi mamá, contemplando el paisaje mientras nos dirigíamos rumbo al colegio, cuando vi que algo se acercaba a velozmente a nuestro auto, era… ¿Una rata?, me alejé de la ventana y esta se rompió. El animal que había visto entró al auto.
-Ahhhh, ¡Mamá, ayúdame!- grité, pero por alguna extraña razón ella no parecía escucharme.
El animal, que parecía una mezcla de conejo y ardilla, ya vista de cerca, se acercó a mí y se irguió parándose en dos patas.
-Ven conmigo, tú necesitas una buena sesión de lo que es cultura- me dijo con cierto aire de cansancio en su voz.
Yo seguí agazapada contra el asiento y solo alcancé a mover la cabeza negativamente.
-Entonces lo haremos por las malas- murmuró, y se abalanzó sobre mí y envolvió sus pequeñas patas en mis brazos para jalarme fuera del auto.
-¡Déjame, rata!- grité- Mami, ayúdame por favor- pedí, pero mi mamá seguía conduciendo, ajena a mis gritos.
-No soy una rata, soy una vizcacha- dijo el animal con enojo, y se lanzó del auto; arrastrándome con ella, luego solo hubo oscuridad.
Desperté en un terreno irregular y duro, sentía mucho frío y y un dolor agudo se apoderaba de mi rostro. Me incorporé lentamente y pronto me di cuenta de mi entorno. Era un lugar muy maravilloso, las plantas más verdes que vi en mi vida, musgo y arboles hermosamente distribuidos alrededor de una gran y cristalina laguna, que se hallaba en medio de dos grandes paredes llenas de vegetación, estas eran tan altas que no se lograba avistar a cima debido a la niebla que las rodeaba, el frío se atenuó por un momento ante la preciosa imagen que veía.
-Así que si te ha gustado mi hogar- dijo una voz. Volteé y divisé a la rata que me había sacado del auto, estaba erguida y me miraba sigilosa, retrocedí lentamente.
-No te preocupes, no te haré daño, solo me mandaron a que te muestre un poco de lo maravilloso de TU cultura- dijo ella- Soy Sami, la vizcacha.
-¿Por qué me has traído aquí?- pregunté.
-No hay tiempo para explicarte, el viaje es corto y hay muchas cosas que mostrarte, la gente de por aquí nos espera.
Se acercó a mí agarrándome del pantalón y comenzó a jalarme, mientras lo hacía me quedé contemplando cada árbol, animal y planta que aparecían, embelesada por tanta belleza a mi vista.
Fuente: http://goo.gl/NzZpX9
-¿Cómo se llama esa laguna?- pregunté.
-Se llama la laguna de Llanganuco, estamos en el Parque Nacional Huascarán, te traje aquí para que veas parte de NUESTRO hogar, ya que me he percatado que no valoras la cultura como deberías- dijo.
Yo estaba desconcertada, pero la vizcacha ya me había jalado hasta la orilla de la laguna.
-¡Vamos!- gritó con entusiasmo, y me jaló al agua, sumergiéndome toda. Oscuridad de nuevo.
Vuelvo a despertar ahora en un campo muy grande, lleno de ovejas; me levanto y empiezo a buscar a Sami. Ella está al lado de un niño.
-Ven, Valeria, te presento a Kusi, es un amigo que te enseñará su pueblo.
Me alejé un poco, con cara de desagrado, él no era el típico niño de cuidad, tenía la cara rara y vestía muy extraño. El me tendió la mano y dijo:
-No pongas esa cara, soy igual a ti, con la misma cultura, los mismos derechos y los mismos sentimientos, ven, te mostraré mi pueblo.
Me puse a su lado y empezamos a caminar, con Sami subida a mi hombro. Me empezaba a caer bien esa vizcacha.
Mientras me hablaba sobre las costumbres de su pueblo,observaba en mi entorno, vacas y ovejas pastando, los pobladores con sus coloridas prendas, que se ayudaban unos a otros; tejían, agrupaban al ganado y sembraban, era maravilloso lo que hacían, y pensé que: “Ellos no son diferentes, hasta son mejores que nosotros, los de la cuidad, que no valoramos a nuestra propia cultura, existen muchas cosas hermosas en nuestra región: Los animales, las personas, los nevados, las lagunas, las plantas… tanto que no sabía ni había visto, cuando arribe a casa iré al colegio y me haré amiga de todos, sin importar nada, porque son iguales que yo, ¿Por qué mi cultura no?”. En ese momento me di cuenta de que no sabía cómo volver a casa, me detuve y Kusi volteó a mirarme, como si me hubiera leído el pensamiento él dijo:
-Creo que ya estas lista para ir a casa, luego de mostrarte NUESTRA cultura, ¿Qué piensas?
-Me gusta mucho, gracias Kusi y Sami, mi mamá estaba equivocada, nuestra cultura y nuestra gente es muy bonita- respondí, sonriendo.
-Entonces nos vamos, Valeria- dijo Sami en mi hombro- llegarás tarde a tu colegio. 
Cerré los ojos y no recuerdo más de lo que ocurrió después, hasta que mi mamá me despertó para ir al colegio.
Desde ese día siempre me gustó estar en presencia de gente de nuestro pueblo, y ahora soy una arqueóloga que estudia nuestra cultura desde sus cimientos, nunca volví a ver ni a Sami ni a Kusi de nuevo, pero tengo la certeza de que ellos existen, y que me están guiando en todo momento.
He aprendido que nuestro pueblo, nuestra gente, y nuestra patria es hermosa, con todas las etnias y culturas que existen.
Soy Valeria, vivo en la cuidad de Huaraz, tengo 21 años y esta es mi historia,cuando aún niña aprendí a preguntarme: ¿Y por qué mi cultura no?
FIN.
Fuente: Tracy Nicole Depaz Cruz

miércoles, 30 de julio de 2014

Cuento: Esa vez del huayco


Es la historia de una familia la cual rezaba a la virgencita de las Nieves para que se acuerde de ellos de pronto  escucharon que decían    ¡Huayco! ¡Huayco! Y el papá de Juliancito saltó como si hubiese visto la muerte,  su mamá comenzó a  llorar,  Juliancito miraba a todas partes , ve el negro semblante de la tierra y escucha a don Peregrino que dice ¡Castigo de Dios!. Todos ellos estaban terriblemente asustados porque las lagunas habían crecido y podían desbordarse. Entonces escucharon a su hija que pedía ayuda pero no pudieron salvarla. Luego escucharon decir el socavón, el socavón ; el  papá salió corriendo con su lampa a ayudar a las personas pero nada pudo hacer. 
       Después anocheció , la lluvia no paraba de caer, de pronto la tierra comenzó a temblar mientras que Juliancito escuchaba decir a las personas fin del mundo, el papá de Juliancito sacó una linterna , salieron al patio y luego empezaron a caminar hacia las punas llevándose a la virgencita , le dieron a Juliancito el lamparín para que ilumine el sendero, ellos podían ver sombras caminando en la oscuridad y estaban asustados. 
       Juliancito sintió una gran calma al lado de la virgen, al distraerse  dirige la luz por otro lado, la gente se molesta  por hacer eso ya que podían desbarrancarse sin luz  por no ver el camino. Solo pensaba en cómo podía morir. Juliancito tuvo miedo y  pensaba en todas las casas destruidas y la gente que sufría. Después de un tiempo y ya todo había terminado Juliancito va a abrazar a su madre, ,pero ella le pregunta: ¿Qué haces aquí?. Tú ya no perteneces a este mundo debes irte. Él le responde: "Tengo frío y mucho miedo", su mamá le dice los muertos no sienten.¿No recuerdas cuando esa vez del huayco  te desbarrancaste y moriste?.    


 Fuente: Danza de vida de Edgar Norabuena Figueroa

Cuento: Padre de los venados


Esta historia trata de un hombre llamado don Juancito al cual le gustaba cazar animales especialmente venados, las personas que vivían en aquel lugar  le decían que no case a los venados y él muy molesto no les hacía caso. Un día don Juancito vio un venado macho que tenía cuernos ramosos y de inmediato quiso cazarlo  y le disparó con su escopeta y el venado herido corrió y corrió  y don Juancito iba tras del venado  hasta que lo perdió de vista. Luego  cansado de tanto correr se sentó debajo de la copa de un árbol quedándose profundamente dormido y en su sueño vio un anciano y de inmediato se empezó a sentir mal y luego se despertó y ya no era el mismo ya que el recordaba haberse dormido debajo de un árbol pero en vez de eso había una choza y muchos venados en un corral y estaba totalmente confundido y en ese momento se acordó que su abuelo le había dicho que para cazar un animal tenía que pedirle permiso al cerro llevándole ofrendas a lo que él no  hizo caso y de pronto se le acerco el anciano y don Juancito le pidió disculpas por haber cazado a sus animales y el anciano le dijo que tenía que cumplir sus órdenes para poder perdonarlo.
       En primer lugar el anciano le pidió que llenara un pozo con agua el que parecía no tener fondo pero pasaron muchos días y don Juancito logró llenar el pozo; después el anciano le encomendó otra tarea de cuidar a sus venados por dos días y por cada venado que perdiera don Juancito se iba a quedar trabajando un año para él. Trabajo que no parecía tan difícil pero aparecieron  dos  pumas se llevaron dos venados  también aparecieron  unos cazadores  que se llevaron tres venados  y don Juancito se tuvo que quedar trabajando para el anciano cinco  años más. Al pasar este tiempo el anciano le pidió  que se acueste debajo del árbol y de pronto don Juancito volvió aparentemente a su vida de antes  pero en esos años había envejecido considerablemente, se fue en busca de su familia a la que había dejado  a su esposa e hijos pero todo había cambiado tanto en esos años y que sus hijos habían crecido y no lo reconocían y ellos le dijeron que su madre había muerto y don Juancito muy triste se va a caminar y llega a un acantilado y se tira pensando que sus hijos no lo querían y su esposa había fallecido y cuando él estaba cayendo del acantilado escucha 2 voces que le dicen papá pero luego vuelve a la realidad y esto significa que había muerto. 


Fuente: Danza de vida de Edgar Norabuena Figueroa

Cuento: El ichu solitario

En la cordillera blanca, en una quebrada profunda y hermosa  vivía una mata de ichu en los linderos de un bosque de quenuales. Este  ichu  estaba debajo de un frondoso quenual  que lo abrigaba de los fríos vientos que bajaban de la quebrada. Además vivían allí seres  poco conocidos y hasta entonces no se sentía solo.
       Así vivió mucho tiempo pero ninguno de los que moraban allí se le acercaban al manojo de ichu, seguramente porque no era hermoso como la rima  rima, como la salvia, ni suave y tierno como el pasto miel. El  ichu era duro y feo que nadie lo quería, además estaba separada de su demás hermanas.
       Los venados no lo deseaban como alimento. Los grandes quenuales lo compadecían y los arbustos no lo querían por quitarles el agua y los alimentos. Nadie quería al pobre ichu, las mariposas y abejas silvestres no se acercaban  porque no tenían  flores perfumadas. Un día una oveja perdida se acercó y apenas la tocó retrocedió porque sus hojas y tallos le picaron la nariz. 
        El ichu se lamentaba de su desventura, sin  comprender que para el eran muy importantes los rayos del sol, para que sus hojas y tallos fuesen dulces y suaves. Apetecibles a las criaturas de aquel lugar.
        Desde aquel día el pequeño ichu se sintió el más infeliz de los habitantes del bosque. Le pedía suplicante al quenual que le permitiera ver  un poco de sol pedido al que no escuchó el quenual.
       Sus tallos y hojas estaban  duras, ni los cuyes salvajes ni vizcachas se le acercaban, y nadie apetecía  de él, sus hojas tardaban en renovarse que el de sus hermanas en las pampas abiertas.


Fuente: cuentos y poesías para niños de María Ames Márquez

Cuento: La zorra y el zorrillo

Hace muchos años atrás en una quebrada boscosa, donde hay abundante kiswar como queriendo tocar el cielo, además hay quenuales  y alisos y otros árboles andinos, siendo la primavera tibia y los rayos de sol brillan en las aguas de los ríos y los riachuelos.


La zorra esperaba sentada hacía varias horas queriéndose apoderar del rico panal de miel que las abejas silvestres habrían fabricado sobre unos arbustos, pensaba tanto que le dolían las orejas y no encontraba ninguna forma de cogerlas sin que se dieran cuenta las abejas silvestres. Entonces  apareció  el añas con su característico olor desagradable quién le dijo que aunque esté sentada hasta una semana no conseguiría la deseada miel porque las abejas no la convidarían. Pero la zorra le pidió que no se fuera diciéndole que tal  vez las dos podrían pensar mejor y conseguir la miel a lo que el zorrillo no estaba tan de acuerdo con la propuesta de la zorra, sin embargo aceptó  aunque dudando un poco de la buena voluntad de la zorra de compartir  la miel.
       Los dos se pusieron de  acuerdo  y decidieron  sacar la miel. La zorra muy  astutamente cogió un palo seco y subiéndose a una peña, tiró el panal hacia donde se encontraba el zorrillo y luego se escondió. Entonces el zorrillo le gritó que cogiera la miel porque él tenía que salir disparado con  una nube de abejas sobre él, que furiosas trataban e acribillarlo.
      La zorra salió de su escondite, tomó el panal y corrió y corrió en sentido contrario al del zorrillo; éste corría hecho una bola y de pronto frenó levantó la cola echando una rociada de su pestilente líquido a las abejas  que la perseguían que ya estaban sobre él, con tan desagradable olor las abejas caían desmayada y ahogadas, ellas que estaban acostumbradas a los olores más agradables de los perfumes de las flores, no podían resistir tan desagradable olor mientras que el zorrillo se revolcaba en el pasto húmedo para lograr desprenderse de las abejas. Finalmente la zorra y el zorrillo se repartieron la miel y se dieron un gran banquete sellando su amistad y alianza.


 Fuente: cuentos y poesías para niños  de María Ames Márquez

Cuento: El añas y el kiswar

Una mañana muy de madrugada cuando todavía todo estaba tranquilo, cuando el campesino  en su choza recién penaba en atizar su fogón, mientras el silencio  añas se deslizaba  suavemente para darse un atracón de papas tiernas en una pequeña chacra como una de las tantas veces durante toda la temporada. Escarbaba  la tierra hasta que un momento a otro sintió el ladrido de los perros del pastor alertándolo, quién salió con un garrote en la mano y paja humeante en la otra, dispuesto a achicharrar al ladrón. 

        El añas corría y corría, estaba fatigado, se escondió entre los pedregales pero los perros lo sintieron por su olor, que en esos momentos no era más que un estorbo porque lo delataba ante el enemigo.

        Estaba cansado y el terreno adelante era una cuesta, donde el pastor lo cogería a garrotazos aunque usara su pestilente  líquido, a unos pasos encontró un frondoso  kiswar, al que sin pensarlos dos veces subió para esconderse en sus ramas y follaje por fin se sintió a salvo y terminó de comer su papita. Luego se acomodó a descansar y ver la salida del sol al que pensó dar las gracias, afiló sus uñas sintiéndose a salvo cuando de pronto sintió en su ojos un polvillo que se desprendía de las hojas del kiswar que le dieron un fuerte picazón se puso a dar de brincos y gritos de incomodidad lloraba y se restregaba los ojos el pobrecito añas. Le reclamaba al árbol porque había hecho eso, pero éste le dijo que no era su culpa sino de él mismo por haber sacudido sus hojas, tenía que ir a lavarse los ojos pero decía que no veía nada que se había salvado del pastor pero que ahora estaba ciego.  Se quejaba tanto del dolor que levantó la cola y dio una rociada de su pestilente líquido por las ramas del kiswar, éste dio un estornudo sacudiendo su coposo follaje y entonces una rama le dio un latigazo sobre el lomo del zorrillo arrojándolo lejos y dejándole  el costado listado de blanco. Desde aquella vez los añas tienen el lomo con varias rayas blancas desde la cabeza hasta la cola.
Fuente: cuentos y poesías para niños  de María Ames Márquez